Si los franceses están orgullosos de sus aportaciones a la moda con Paul Poiret o Jacques Doucet, no parece que en España sintamos los mismo y se corresponda con la misma gratitud a quienes escribieron páginas gloriosas en la historia del vestir.
España sigue arrastrando esos mismos errores desde hace casi un siglo. A Pertegaz es el único de los históricos al que se le ha cuidado, pero seguimos teniendo una deuda pendiente con Balenciaga, Antonio Castillo y Mariano Fortuny.
Cuando hace un siglo el epicentro de la moda mundial se situaba en París por ser un aglutinador de arte y por su ambiente intelectual y social que propició el florecimiento de la moda, un español oriundo de Granada –Mariano Fortuny- diseñó una de las primeras prendas que contribuyeron a desterrar de por vida en las mujeres el uso de artificios deformadores como los corsés, miriñaques o polisones: el Delphos.
El Delphos, su obra más famosa, estaba inspirada en las túnicas griegas, como un rectángulo de tela con aberturas para el cuello y los brazos. Su apoyo se situaba en los hombros, cayendo de forma natural sobre el cuerpo y adaptándose sobre la silueta. Este vestido fue tan innovador que decidió patentarlo en París en 1909. Artistas y actrices como Eleonora Duse, Isadora Duncan, Lilian Gish y las heroínas de Proust, como Odette o Albertine, vistieron sus trajes.
Sin embargo, el Delphos cumplió el pasado año un siglo y nadie del Ministerio de Cultura se acordó de dicha onomástica, ni siquiera el bisoño Museo del Traje en Madrid le dedicó una retrospectiva. Es curioso que así fuera teniendo en cuenta que dicho museo posee una de las colecciones más importantes de Fortuny, gracias a Amancio Ortega –todo sea dicho- que desembolsó tres millones de euros hace cinco años en concepto de pago de impuestos para adquirir más de 400 vestidos que estaban en propiedad de una discípula de Fortuny. Vamos que si no vuelve a ser por el dueño de Zara, aquí nadie puede admirar su magistral legado.
Fortuny es más reconocido fuera de nuestras fronteras que por estos pagos. Hasta Paul Poiret conocía muy bien la obra de Fortuny, de forma que Poiret creó moda con su arte en París y el español creó arte con la moda en Venecia.
Sí, Mariano Fortuny se pasó media vida en la ciudad italiana donde se hizo amigo de Thomas Mann, Henry James o Gabriele D’Anunzio. La ciudad italiana adoptó al granadino del mismo modo que París hizo lo propio con Balenciaga y con otros creadores. Y en parte lo entiendo. Hace un siglo cuando Italia no era nada en la moda, una de sus diseñadoras más reconocidas, Simonetta, explicó lo que suponía trabajar en la capital francesa. “En Italia –señalaba- si quieres un botón o un lazo, has de diseñarlo y fabricarlo. En París, te llegan diariamente proveedores con bandejas de fabulosos botones, cinturones, lazos, hebillas, con ideas para monederos, plumas, bordados y telas sensacionales”. A lo que Quentin Bell rubricó: “Si París no hubiera existido, hubiera sido necesario inventarlo”.
A Fortuny le ocurrió lo mismo en España y por eso tuvo que viajar, y experimentar con las telas y sus estampaciones. El amor que sentía por su país natal no le impidió dejar en herencia toda su obra al estado español, algo que finalmente no ocurrió porque aquí nadie quiso hacerse cargo, algo de lo que el ayuntamiento veneciano aprovechó de inmediato.
Pero la obra de Fortuny en la moda no acabó con la muerte de su máximo exponente pues sus familiares siguieron acuñando la marca fortuny en telas de excelente calidad. Curiosamente, la casa Fortuny (http://www.fortuny.com/) tiene actualmente oficinas en EE UU, Alemania, Suiza, Francia, Italia y otros países europeos, menos en España.
Dicen que la “gratitud es la memoria del corazón” y esa injusticia creo que se ha cometido sobre el primer “grande” español de la historia de la moda. En los años 20, todas las mujeres elegantes tuvieron un fortuny en su armario ropero. Sus creaciones no han perdido frescura, sólo nuestra memoria la ha perdido, ignorando al gran creador español.
Fortuny es más reconocido fuera de nuestras fronteras que por estos pagos. Hasta Paul Poiret conocía muy bien la obra de Fortuny, de forma que Poiret creó moda con su arte en París y el español creó arte con la moda en Venecia.
Sí, Mariano Fortuny se pasó media vida en la ciudad italiana donde se hizo amigo de Thomas Mann, Henry James o Gabriele D’Anunzio. La ciudad italiana adoptó al granadino del mismo modo que París hizo lo propio con Balenciaga y con otros creadores. Y en parte lo entiendo. Hace un siglo cuando Italia no era nada en la moda, una de sus diseñadoras más reconocidas, Simonetta, explicó lo que suponía trabajar en la capital francesa. “En Italia –señalaba- si quieres un botón o un lazo, has de diseñarlo y fabricarlo. En París, te llegan diariamente proveedores con bandejas de fabulosos botones, cinturones, lazos, hebillas, con ideas para monederos, plumas, bordados y telas sensacionales”. A lo que Quentin Bell rubricó: “Si París no hubiera existido, hubiera sido necesario inventarlo”.
A Fortuny le ocurrió lo mismo en España y por eso tuvo que viajar, y experimentar con las telas y sus estampaciones. El amor que sentía por su país natal no le impidió dejar en herencia toda su obra al estado español, algo que finalmente no ocurrió porque aquí nadie quiso hacerse cargo, algo de lo que el ayuntamiento veneciano aprovechó de inmediato.
Pero la obra de Fortuny en la moda no acabó con la muerte de su máximo exponente pues sus familiares siguieron acuñando la marca fortuny en telas de excelente calidad. Curiosamente, la casa Fortuny (http://www.fortuny.com/) tiene actualmente oficinas en EE UU, Alemania, Suiza, Francia, Italia y otros países europeos, menos en España.
Dicen que la “gratitud es la memoria del corazón” y esa injusticia creo que se ha cometido sobre el primer “grande” español de la historia de la moda. En los años 20, todas las mujeres elegantes tuvieron un fortuny en su armario ropero. Sus creaciones no han perdido frescura, sólo nuestra memoria la ha perdido, ignorando al gran creador español.
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