domingo, 21 de septiembre de 2008

Tendencias otoño hombre 2008: El retorno de los "creepers"

Originariamente fueron botas de suela de goma de crepé utilizadas por los soldados británicos en la Segunda Guerra Mundial, presumiblemente para merodear burdeles, pero se hicieron famosos en 1949 cuando el zapatero George Cox hizo más espesa la suela hasta los cinco centímetros. Ahora, 60 años después, diseñadores como Raf Simons para Jil Sander, Stefano Pilati en Yves Saint Laurent o Lucas Ossendrijver de Lanvin están recuperando este modelo de calzado que mucho tuvo que ver con el auge del rock’n’roll y la eminentemente juvenil cultura 'teddy boy'.
Aquellos zapatos recios pero flexibles, de negra suela de goma ancha y punta redondeada sirvieron para calzar la rebeldía adolescente hasta que llegaron los mods, primero, y los hippies, después. Relegados al olvido, fueron Malcolm McLaren y su entonces compañera de fatigas, Vivienne Westwood, los que los desempolvaron para las hordas punk en su tienda “Let It Rock” en Londres. A partir de 1974, le cambiaron el nombre a la tienda por el de “Sex” y prácticamente todo el mundo vestía unos “creepers” que en España también se les conocen como “boogies”. Así, hasta mediados de los 80. Con la llegada del nuevo milenio, el batería de Franz Ferdinand, Paul Thomson, y Billie Joe Armstrong de la banda punk rock Green Day se calzaron los famosos zapatos. Rei Kawakubo de Comme des Garçons y John Galliano rápidamente llevaron el modelo a las pasarelas, anticipándose a la tendencia que ha explotado esta temporada.

Un español en el olvido

“Fue precisamente la noche en que Albertine se puso por primera vez el vestido azul y oro de Fortuny que, evocando Venecia, me hacía sentir más aún lo que sacrificaba por Albertine sin que esta me lo agradeciera en absoluto”. Quien así se expresaba hace casi un siglo fue el genial Proust en “La Prisionera”, en una de la casi veintena de referencias al granadino Mariano Fortuny incluida en su mítica novela de “En busca del tiempo perdido”.
Si los franceses están orgullosos de sus aportaciones a la moda con Paul Poiret o Jacques Doucet, no parece que en España sintamos los mismo y se corresponda con la misma gratitud a quienes escribieron páginas gloriosas en la historia del vestir.
España sigue arrastrando esos mismos errores desde hace casi un siglo. A Pertegaz es el único de los históricos al que se le ha cuidado, pero seguimos teniendo una deuda pendiente con Balenciaga, Antonio Castillo y Mariano Fortuny.
Cuando hace un siglo el epicentro de la moda mundial se situaba en París por ser un aglutinador de arte y por su ambiente intelectual y social que propició el florecimiento de la moda, un español oriundo de Granada –Mariano Fortuny- diseñó una de las primeras prendas que contribuyeron a desterrar de por vida en las mujeres el uso de artificios deformadores como los corsés, miriñaques o polisones: el Delphos.
El Delphos, su obra más famosa, estaba inspirada en las túnicas griegas, como un rectángulo de tela con aberturas para el cuello y los brazos. Su apoyo se situaba en los hombros, cayendo de forma natural sobre el cuerpo y adaptándose sobre la silueta. Este vestido fue tan innovador que decidió patentarlo en París en 1909. Artistas y actrices como Eleonora Duse, Isadora Duncan, Lilian Gish y las heroínas de Proust, como Odette o Albertine, vistieron sus trajes.


Sin embargo, el Delphos cumplió el pasado año un siglo y nadie del Ministerio de Cultura se acordó de dicha onomástica, ni siquiera el bisoño Museo del Traje en Madrid le dedicó una retrospectiva. Es curioso que así fuera teniendo en cuenta que dicho museo posee una de las colecciones más importantes de Fortuny, gracias a Amancio Ortega –todo sea dicho- que desembolsó tres millones de euros hace cinco años en concepto de pago de impuestos para adquirir más de 400 vestidos que estaban en propiedad de una discípula de Fortuny. Vamos que si no vuelve a ser por el dueño de Zara, aquí nadie puede admirar su magistral legado.
Fortuny es más reconocido fuera de nuestras fronteras que por estos pagos. Hasta Paul Poiret conocía muy bien la obra de Fortuny, de forma que Poiret creó moda con su arte en París y el español creó arte con la moda en Venecia.
Sí, Mariano Fortuny se pasó media vida en la ciudad italiana donde se hizo amigo de Thomas Mann, Henry James o Gabriele D’Anunzio. La ciudad italiana adoptó al granadino del mismo modo que París hizo lo propio con Balenciaga y con otros creadores. Y en parte lo entiendo. Hace un siglo cuando Italia no era nada en la moda, una de sus diseñadoras más reconocidas, Simonetta, explicó lo que suponía trabajar en la capital francesa. “En Italia –señalaba- si quieres un botón o un lazo, has de diseñarlo y fabricarlo. En París, te llegan diariamente proveedores con bandejas de fabulosos botones, cinturones, lazos, hebillas, con ideas para monederos, plumas, bordados y telas sensacionales”. A lo que Quentin Bell rubricó: “Si París no hubiera existido, hubiera sido necesario inventarlo”.
A Fortuny le ocurrió lo mismo en España y por eso tuvo que viajar, y experimentar con las telas y sus estampaciones. El amor que sentía por su país natal no le impidió dejar en herencia toda su obra al estado español, algo que finalmente no ocurrió porque aquí nadie quiso hacerse cargo, algo de lo que el ayuntamiento veneciano aprovechó de inmediato.
Pero la obra de Fortuny en la moda no acabó con la muerte de su máximo exponente pues sus familiares siguieron acuñando la marca fortuny en telas de excelente calidad. Curiosamente, la casa Fortuny (http://www.fortuny.com/) tiene actualmente oficinas en EE UU, Alemania, Suiza, Francia, Italia y otros países europeos, menos en España.
Dicen que la “gratitud es la memoria del corazón” y esa injusticia creo que se ha cometido sobre el primer “grande” español de la historia de la moda. En los años 20, todas las mujeres elegantes tuvieron un fortuny en su armario ropero. Sus creaciones no han perdido frescura, sólo nuestra memoria la ha perdido, ignorando al gran creador español.

martes, 9 de septiembre de 2008

Los primeros años de Hollywood

Hubo un tiempo en que en los primeros orígenes del cine, los actores y actrices vestían sus propias ropas. De hecho, se podía ganar más dinero por tu sombrero que por tu talento. Cuando la industria se trasladó a Hollywood, en los primeros años de la década de los 20, y empezó la edad de oro del cine, empezaron a florecer un grupo de diseñadores destacados: Howard Greer, Adrian, Travis Banton, Walter Plunket y Orry-Kelly. De todos ellos, Adrian fue quien más talento demostró tener y quien más ejerció una influencia en la moda. Su vestido para Joan Crawford en “Letty Lynton” (1932), de organdí blanca con mangas anchas y arrugadas para hacer más anchos sus hombros y reducir su cintura, fue imitado en todo EE UU. Los Macy’s vendieron medio millón de prendas similares sólo en Nueva York. Este tipo de manga se introdujo en las colecciones de Madame Grès y Balmain 31 años después.
Sus hombreras tipo percha para Joan Crawford y su vestidos cortados en diagonal a través de la costura para Jean Harlow marcaron su impronta definitiva. Su sombrero flexible para Garbo en “La mujer ligera” (1929) y su otro sombrero de la película “Romance” (1930) cambiaron el mundo de la sombrerería.

Pero la mayor influencia de aquella época de Hollywood fue en los peinados y en los corpiños. Las cejas arqueadas y la boca con forma de corazón de Clara Bow, la amplia boca rectangular de Joan Crawford, las cejas pintadas de Jean Harlow y su pelo rubio platino, el pelo rojizo de Rita Hayworth, los grandes ojos de Marilyn Monroe mirando con la boca entreabierta, suponen una buena muestra. El sujetador sin tirantes se relaciona con Howard Hughes para mayor gloria de Jane Russell en “El forajido” (1943). Dicho sujetador convirtió a Russell en la primera pin-up.

lunes, 8 de septiembre de 2008

¿Guccis o gadgets?

Esa es la pregunta que se formulaba este pasado domingo Hannah Fairfield del New York Times para demostrar mediante un gráfico que en algunos países del mundo, sus ciudadanos prefieren gastarse el dinero en moda que en productos electrónicos. Por ejemplo, si uno vive en Grecia, Italia, Francia, España o Egipto, elegirá antes el gasto en ropa. Así, los griegos llegan a destinar 13 veces más dinero a moda que en gastos de productos electrónicas. En Italia, la proporción es de 8 a 1 a favor también de la ropa. En el caso español, la proporción es bastante menor, sólo de cuatro veces más a favor de la ropa.

Si a diferencia de estos países, uno vive en Australia o Taiwán, estaría más tentado por un nuevo portátil o una televisión de pantalla plana. Por ejemplo, los australianos sólo gastan sólo 1,4 veces más en ropa que en artículos electrónicos.